La entonces nueva presidenta de la Academia Nacional de Educación, Paola Scarinci de Delbosco, se había definido a sí misma en marzo de 2022 como un “ser del aula”. Eso no ha cambiado un año y medio después. Scarinci de Delbosco reivindica aquella manifestación y postula: “la tarea docente consiste en alumbrar en cada alumno los talentos”. Además, razona que el derecho humano a recibir educación sólo puede cumplirse en la práctica si existe una obligación de educar y, por ello, considera que tal prestación debe ser declarada servicio público esencial. Scarinci de Delbosco no se detiene ahí: con su institución, solicita a quienes resulten elegidos para dirigir el destino de la Nación que restablezcan los exámenes para ingresar a los institutos terciarios y universitarios.

En esta entrevista desarrollada un día antes de que viaje a Tucumán para asistir, junto al experto Juan María Segura, al Iº Congreso Docente de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta) “Estrategias para las nuevas realidades”, la doctora en Filosofía recuerda que prefiere el tuteo y anticipa que se referirá a la educación como derecho humano. “Me ofende un poco porque lo colocaron en el lugar número 26 de la Declaración Universal de 1948, que contiene 29 derechos. Yo lo hubiera puesto antes, pero qué le vamos a hacer. Estaban frescas las dos guerras mundiales, así que se preocuparon por hablar antes de otros derechos por la urgencia de ponerse de acuerdo para fabricar un mundo donde el conflicto bélico no fuese la solución de nada”, observa.

VISITA. Paola Scarancini Delbosco, el educador Juan María Segura (izquierda, de camisa blanca) y el rector de la Unsta, Francisco López Cruz (derecha), fueron recibidos por el gerente general de LA GACETA, José Pochat, y el periodista Roberto Delgado.

Diálogo con Baradel

Respecto de la educación como derecho, Scarinci de Delbosco plantea dos reflexiones, que las hace de la mano de un par de filósofos: Simone Weil y Hans Jonas. “Weil, una mujer sumamente interesante, con un razonamiento propio difícil de clasificar, escribió un libro que aquí apareció con el título ‘Las raíces del existir’. La primera parte son principios presentados como parejas contrapuestas: orden y libertad, y derechos y obligaciones. A la noción de obligación Weil la presenta como anterior a la de derecho y dice que es la que permite que los derechos valgan. Entonces, expresa que estoy obligada a reconocer los derechos ajenos antes que a reclamar los propios porque, si no, los derechos de terceros serían pura declamación”, analiza.

A la académica le interesa aclarar que poner énfasis en las obligaciones no la hace precisamente cosechar amigos: “pero, si uno lo piensa en profundidad, resulta que los más pequeños poseen los derechos a ser atendidos, bien tratados, alimentados y educados, y no es que reclaman sus derechos, sino que crecen, cuando todo va bien, entre personas que se reconocen obligadas hacia las necesidades de aquellos”. La profesora advierte que, en el fondo, el entramado de una sociedad depende del reconocimiento recíproco de la obligación que tienen unos hacia otros para que puedan valer los derechos.

“A la segunda reflexión la extraje de Jonas, que es un filósofo de la Escuela de Frankfurt, quien piensa sobre la existencia de una responsabilidad no recíproca. Existe un derecho a ser educado, pero lo puedo ejercer siempre y cuando alguien se sienta obligado a que ello suceda: ahora añado que Jonas manifiesta que hay una responsabilidad no recíproca, la de la paternidad. Aunque no dice maternidad, se puede aplicar perfectamente y hasta me animaría a agregar a cualquier adulto de bien en su actitud de educador desarrolla respecto de otros una responsabilidad no recíproca porque no puede pretender una respuesta similar de la persona que debe ser protegida, alimentada y educada”, apunta. La académica acota que esto pone en evidencia que los sujetos no tienen las mismas prerrogativas: “mis hijos me dijeron que esto es buenísimo, pero que, cuando los padres se hacen grandes, llega el tiempo de reciprocidad de los hijos. Habría que contárselo a Jonas”.

A partir de estas y otras lecturas, Scarinci de Delbosco observa: “para hacer valer el derecho, debería definirse a la educación como actividad esencial. Ello obligaría a las escuelas a garantizar la continuación del servicio público aún cuando hubiese una protesta como las que suele haber. En Alemania es así, y creo que también en Colombia y en Italia”.

La académica cuenta que llegó a conversar acerca de esto con cuatro representantes de los gremios docentes, entre ellos Carlos de Feo (Conadu) y Roberto Baradel (Suteba). Sobre esa experiencia, relata: “iba a escuchar más que a hablar, así que le hice pocas preguntas a Baradel, entre ellas por qué se había opuesto a la definición de la educación como actividad esencial. Y él respondió que esa declaración cercenaba el derecho a la huelga. Tendría que haberle repreguntado, como hacen los periodistas que saben, porque él mismo me dijo: ‘¿a usted le parece que se puede garantizar un servicio con 200 alumnos y dos profesores?’. Yo le tendría que haber dicho que con dos, no, pero con cuatro, sí. Este es un tema muy sensible para ellos... En conclusión, (en Tucumán) expondré sobre esto, pero, también, acerca de la educación como órgano de crecimiento más fecundo y más completo que debería tener una sociedad para que la siguiente generación llegue preparada, y con ganas de participar y de ser protagonista, y que pueda conservar lo bueno y corregir los errores que cometemos”.

-¿Cómo hacés para sostener en el tiempo ese entusiasmo?

-Estoy emocionada y efervescente porque hoy (por el jueves) retomé las clases de grado de Comunicación y de Diseño en la Universidad Austral con chicos de 20 y de 21 años. Son jóvenes adultos que están preparándose para salir al mundo llenos de buenas ideas y de buenas iniciativas, y nosotros tenemos la enorme responsabilidad de no frustrarles estos sueños, y de proveerles los elementos que sirven para que los lleven a cabo con energía y respeto. En esta primera clase de Deontología o fundamentación ética les dije que si ellos iban a llamar “materia” a eso que les doy, yo no me suicido, porque no soy suicida, pero sí me dedico a otra cosa porque esto no es una materia, sino un espacio de reflexión donde les enseño lo que sé, pero ellos iban a enseñarme a mí las dificultades o incongruencias que encuentran. Había unos 70 chicos que escucharon con atención: les ganamos a las computadoras y a los teléfonos. Espero poder darles algo que les sirva. Por ahora se los prometí y ellos me creyeron. Después te cuento cómo nos va.

-La educación no aparece como un asunto central en la campaña política en curso o más bien parece una cuestión decorativa.

-Es declamada, sí: se habla de educación porque hay que hablar. Hace poco estuve en un desayuno sobre el tema y ahí hubo candidatos que se refirieron a la cuestión, y me gustó que incluso uno de ellos subrayó que no se debe reducir la educación a una preparación para el trabajo. A mí me gusta eso porque recuerda el aspecto formativo de la persona: la tarea docente consiste en alumbrar en cada alumno los talentos. La gente no nace sabiendo que es buena en tal o cual cosa, sino que lo descubre porque alguien se lo dice o lo descubrió antes por ellos. Hacer bien ese trabajo de encontrar los dones implica identificar que algunos pueden armonizar grupos con problemas, y otros saben dibujar, cantar, componer música, lo que fuera. Nosotros como educadores, y también como padres y madres, tenemos la tarea extraordinaria de alumbrar los talentos que tienen las nuevas generaciones porque eso es lo que tienen para dar.

-¿Qué sucedería si esa tarea no se desarrollara?

-Si uno aplicara criterios viejos de hace 100 o 150 años con una gran exigencia en la incorporación de contenidos y poca atención hacia la persona, se podría producir un daño. Se trata de una educación que, como dice el libro que estoy leyendo, se basa en conocimientos inertes, pero que no se preocupa qué cristaliza en vos o qué aspectos de tu persona entran en resonancia con eso. A lo mejor de este modo se puede aprobar un examen, pero no está dicho que lo que les enseñamos o les hacemos leer les sirva para la vida, y los haga personas más ricas, sutiles, con matices y horizontes. Te añado una cosa: a mí los alumnos también me dan. Hay algo de su frescura, de su energía vital, que me hace bien. Yo puedo entrar desmotivada al aula, pero su presencia cambia las cosas. Hacen que mi trabajo valga la pena.

-Como presidenta de la Academia Nacional de Educación, ¿qué le pedís al próximo Gobierno?

-En la Academia tenemos una declaración consensuada con 11 puntos concretos y les pedimos a los candidatos que consideren lo que les proponemos. Son ideas para intervenir, fortalecer y modificar el sistema educativo argentino con el fin de lograr mejores resultados. En particular hay dos propuestas que son polémicas, la declaración de la educación como actividad esencial y la eliminación de la legislación que impide que se tomen exámenes de ingreso restrictivos: se trata del artículo 7 de la Ley 24.521. Pedimos que se saque esa cláusula porque, si no queremos que baje el nivel de los estudios terciarios y universitarios, debe haber una preparación específica para ser admitidos que muchas veces sirve para compensar las falencias de los últimos dos años del secundario. Se sabe que muchos chicos entran con falencias graves en la comprensión lectora, la capacidad de síntesis, etcétera. Entonces, si eliminamos el examen de ingreso, llámenlo como quieran, en el fondo damos como un permiso para que la calidad educativa se deteriore y eso no es negocio para nadie: es casi un engaño.

-Vos te definiste como “ser del aula” en una entrevista anterior en LA GACETA. En ese carácter, ¿qué mensajes les das a los votantes y a los próximos gobernantes?

-Evidentemente para que funcione bien la educación dentro de las instituciones es necesario que las personas que ejercen la docencia estén bien preparadas. Estoy leyendo “Enseñar distinto”, un libro de Melina Furman, que es una chica joven y dinámica. Si ella les enseñara a todos los maestros, la escuela cambiaría. Melina Furman se da cuenta de que el contenido inerte, lanzado sobre las cabezas de los alumnos, no cobra vida porque no se lo presentamos como corresponde. Me parece que es fundamental que en el aula haya personas preparadas para una transmisión viva de los contenidos: que se esfuercen no para que todos los alumnos estén quietos y no hagan ruido, sino, al revés, para que pregunten y se interesen aún oponiéndose. En mi especialidad, la manera de presentar un tema filosófico tendrá en cuenta cuáles cuestiones contemporáneas resuelve, explica, complica, cuáles niega o deja sin fundamento. Si yo coloco las cosas en esos términos, la filosofía les está diciendo algo a los alumnos para que, eventualmente, se opongan. Pero debe haber ese esfuerzo consciente y esmerado por parte de quienes damos clases que estas tengan que ver con la realidad de los alumnos. Si enfrento problemas, describo problemas, analizo problemas, ya con ello me garantizo que seré escuchada y que, a partir de allí, se expandirá el radio del interés.

Biografía 

Doctora en Filosofía por la Universitá degli Studi “La Sapienza” de Roma, Paola Scarinci se estableció en Buenos Aires junto a su marido y colega, Héctor Delbosco. Desarrolló su carrera académica en la Universidad Católica Argentina en programas de grado y de posgrado, siempre con el interés de allanar el encuentro con la filosofía. También docente en la Universidad Austral, publicó numerosos ensayos, uno de los últimos es “Educar en la posmodernidad: ideas e historias desde el aula”. En 2022, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires le otorgó el título de “personalidad destacada”. Su mandato en la presidencia de la Academia Nacional de Educación vence en 2024.